miércoles, 18 de febrero de 2015

Canción improvisada del 672 y líneas 6, 10 y 5.


Cuando miro mis manos veo que están
fuera del tiempo. Que son
atemporales, no
envejecen.

Me faltan razones, normalmente,
cuando hablo. Siempre
estoy equivocado. Voy
en el bus y me veo desde el tren que veo
desde la ventana. Ese sentimiento
de la poesía barata. Morir
a estornudos.

Cuando mis manos aguantan
a mi hijo de pocos meses, no las veo
más viejas, sólo
más grandes, más
ásperas, más rudas,
duras, feas,
fuertes,
se aprecian las venas.

La poesía nunca es barata.
No tiene precio. Nunca
tengo razón.

Quiero orar. La oración de hoy:
mantenme alejado, oh, señor,
de la razón. Mantenme, oh dios,
liviano, ligero, relleno de
una inmensidad de aire.

Nacer de un estornudo, o
al menos, despertar, la cabeza
contral el cristal del bus vibra,
por el estornudo del ocasional acompañante.

Qué muertos estamos. Qué tajos
profundos en nuestros corazones.
Nacemos a chorros de las heridas
y nos acumulamos en los remansos
de los hoyuelos de las sonrisas.

Somos paz. Fluimos
por los principios de la termodinámica y otras asignaturas
que suspendí.

Ninguna razón tengo. Totalmente
desorientado
en la red subterránea de metro. Ciego.
Chamuscados los sentidos.

Mis manos, mis manos
conocidas. Mis manos
de muchacho. Diseñadas para sujetar
el viento. Para no
sujetar nada. Estoy
lleno de sinrazones.

Oh, dios, mantenme alejado del peso de las razones.
Quiero darte la mano, agarrarte la mano perfecta, encadenar
tu muñeca a la roca de la playa cuya línea es recta y esperar
a que quedes sumergido
cuando suba la marea.

18/02/2015


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