Ortigas de la
tierra satisfecha
espolean mis
pies de barro y carne.
Reanudan el
ciclo de mis pasos
abriendo
senderos a machete
en el tupido bosque,
donde perderse y
encontrarse
es ley de
mortal,
e ilusión de
cuerpo nacido
que nombra en
vano lugares.
Este aullido de
gaviotas petrifica la tormenta:
ni el mar ni su
ímpetu apaciguan,
ni el vaivén de
los árboles danzantes,
la comezón en
vísceras y arterias.
Soy negro
o las ortigas me
hacen negro,
negro agujero
donde van a parar
uñas inútiles
ante el picor de
ortigas,
de ortigas
santas de la tierra paciente,
de la tierra
simple que aguarda engullirnos
tras convertir
en corteza
la alegría de
los ciclos.
Ortigas que enraízan
en las llagas
de mis huellas
peregrinas
y buscan luz
entre los
aireados dedos.